Batalla de Ayacucho
León Galindo en la Batalla de Ayacucho
La batalla de Ayacucho se desarrolló en la Pampa de Quinua en Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824. Fue el último gran enfrentamiento comprendido dentro de las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas en América del Sur. Selló la independencia del Perú con una capitulación militar que puso fin a la resistencia de las tropas del Virreinato del Perú.
A la batalla de Ayacucho concurrieron, bajo el mando de Antonio José de Sucre, dos divisiones del Ejército de Colombia y una del Ejército de Perú.
León Galindo participó en su calidad de comandante del batallón Bogotá, uno de los cuatro que con los batallones Voltígeros, Pichincha y Caracas conformaban la Segunda División colombiana bajo el mando del Gral. José María Córdova.
Desarrollo de la batalla
A las 9 de la mañana del 9 de diciembre de 1824 comenzó la gran batalla de Ayacucho. Los realistas iniciaron el ataque cuando descendió desde el cerro Condorcunca la división del general Gerónimo Valdés.
Eran más de dos mil hombres que arremetieron contra los 1.600 soldados de la división peruana que comandaba José de La Mar.
Este primer choque fue extremadamente violento, logrando los realistas hacer retroceder a las filas patriotas con sus terribles cargas de caballería.
Afortunadamente, entró al combate la reserva de montoneros encabezada por Marcelino Carreño, logrando detener a Valdés y permitiendo que La Mar reorganice sus filas.
El dispositivo organizado por los planes de Canterac preveía que la división de vanguardia de Valdés rodease en solitario la agrupación enemiga, cruzó el río Pampas para fijar en el terreno a las unidades de la izquierda de Sucre, lo que se realizaba en la primera fase de la batalla.
Mientras, el resto del ejército realista descendía frontalmente desde el cerro Condorcunca, abandonó sus posiciones defensivas y cargó contra el grueso del enemigo al que esperaba encontrar desorganizado, quedarían en reserva los batallones Gerona y Fernando VII dispuestos en segunda línea para ser enviados a donde fueran requeridos.
Sucre se dio cuenta inmediatamente de la arriesgada maniobra, que resultaba evidente en la medida que los realistas se encontraban en una pendiente, imposibilitados de camuflar sus movimientos.
El coronel español Joaquín Rubín de Celis, que mandaba el Regimiento primero del Cuzco, y que debía proteger el emplazamiento de la artillería, que aún se encontraba despiezada y cargada en sus mulas, se adelantó impetuosamente al llano muy prematuramente, interpretó defectuosamente órdenes directas del Virrey «se arrojó solo y del modo más temerario al ataque» donde su unidad fue destrozada y él mismo muerto en el decisivo contraataque de la división de Córdova, que entonces avanza en compactas formaciones de línea, y que con un fuego eficaz también empuja atrás a los dispersos tiradores de la división de Villalobos, acabados de descender en formaciones de Guerrilla.
La división de Córdova, apoyada por la caballería de Miller, acometió directamente a la masa desorganizada de tropas realistas que sin poder formar para la batalla descendían en hileras de las montañas, fue en este ataque cuando el general José María Córdova pronunció su famosa frase «División, armas a discreción, de frente, paso de vencedores».
Carga de la caballería llanera venezolana en la batalla de Ayacucho.
Viendo el descalabro que había sufrido su izquierda, el general Monet, sin esperar que su caballería formara en el llano, cruzó el barranco y a la cabeza de su división se lanzó sobre la de Córdova logró formar en batalla a dos de sus batallones pero prontamente atacado por la división independentista fue envuelto antes que el resto de sus tropas pudieran formar también en batalla. Durante estas acciones Monet fue herido y tres de sus jefes muertos. Los dispersos de su línea arrastraron en su retirada a las masas de milicianos. La caballería realista al mando de Ferraz cargó sobre los escuadrones enemigos que acosaban la izquierda de Monet, pero que apoyados por el vivo fuego de su infantería causaron una enorme cantidad de bajas en los jinetes de Ferraz cuyos sobrevivientes fueron obligados a volver grupas y retirarse del campo de batalla.
En el otro extremo de la línea, la segunda división de José de La Mar apoyada por el batallón Vargas de la tercera división de Jacinto Lara detuvieron juntas la acometida de los veteranos de la vanguardia de Valdés que se habían lanzado a tomar la solitaria casa ocupada por algunas compañías independentistas, las cuales fueron arrolladas en principio y obligadas a retroceder, y serían reforzadas por la carga de los Húsares de Junín bajo la dirección de Miller y luego por los granaderos a caballo volvieron al ataque, al que se sumaría luego la victoriosa división de Córdova.
El Virrey La Serna y demás oficiales intentaron restablecer la batalla y reorganizar a los dispersos que huían y el mismo general Canterac dirigió la división de reserva sobre la llanura. Sin embargo los reclutados de los batallones Gerona no eran los mismos que habían vencido en las batallas de Torata y Moquegua, pues durante la rebelión de Olañeta habían perdido a casi todos sus veteranos e incluso a su antiguo comandante Cayetano Ameller. Esta tropa compuesta por soldados forzados a combatir se dispersó antes de enfrentar al enemigo siguiéndole luego tras una débil resistencia el disminuido batallón Fernando VII.
A la una de la tarde el virrey había sido herido y hecho prisionero junto a gran número de sus oficiales, y aunque la división de Valdés seguía combatiendo en la derecha de su línea, la batalla estaba ganada para los independentistas. Las bajas confesadas por Sucre fueron 370 muertos y 609 heridos mientras que las realistas fueron estimadas en 1.800 muertos y 700 heridos, lo que representa una elevada mortandad en combate.
Con los diezmados restos de su división Valdés logró retirarse a las alturas de su retaguardia donde se unió a 200 jinetes que se habían agrupado en torno al general Canterac y a algunos pocos dispersos de las derrotadas divisiones realistas cuyos desmoralizados soldados en fuga llegaron incluso a disparar contra los oficiales que intentaban reagruparlos. Con el grueso del ejército real destruido, el mismo virrey en poder de los patriotas, y su enemigo Pedro Antonio Olañeta ocupó la retaguardia, los jefes realistas optaron por la capitulación tras la batalla.